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miércoles, 6 de mayo de 2009

Una noche normal...


Cansancio, sueño, deseos de sentirme protegida y tranquila fuera de la rutina del diario vivir que en ocasiones se torna pesada y extenuante. Rutina que no necesariamente es falta de cosas nuevas, de situaciones que enfrentar y de nuevas anécdotas que conforman nuestro repertorio profesional, sino repetición en esencia de lo que necesitamos para subsistir: trabajo.

Después de un día de arduo trabajo, nada me hace sentir mejor que poder llegar a mi casa. Entender que termino esa etapa del día donde se esta sirviendo a otras personas y donde las tareas y responsabilidades determinan el diario vivir. Es agradable poder estacionar mi carro y sentir que deje atrás un día más en el cual pude hacer cosas que eran necesarias.

Es una sensación cálida sentir a mi gata buscando que le haga caso y juegue con ella. Subir las escaleras y sentir que mi papá enciende la luz de la terraza. Entrar y ver a mis padres y hermana viendo sus programas de televisión favoritos. Poder entrar a mi cuarto y sentir que ese es mi espacio, que me espera mi cómoda cama y sentirme a gusto en mi habitación… en la casa. Escuchar las buenas noches, los besos de despedida, el “Dios te bendiga”, el abrazo, el te quiero. Sorprenderme con la llamada de mi novio, escuchar su voz, sentir el amor. Sentir el hogar, el calor de la familia, los oídos prestos a escucharme mis anécdotas y chistes del día. Saber que pertenezco, que soy parte de una familia, que me aman y los amo, que tengo mi espacio, un lugar donde sentirme confortada y segura.

Siento que hay cosas a las cuales nos adaptamos y se hace muy difícil imaginarnos nuestra existencia sin tenerlas. Hay cosas que parecen simples o que siempre han estado ahí, pero hoy me tomo el tiempo para reflexionar sobre ello, porque realmente se siente bien el poder ser parte de un grupo de personas especiales y contar con cosas que hacen más agradable y feliz mi existencia.