Se crea toda una imagen mental de lo que se espera. Un mapa, una idea, un pensamiento, una película, que en nuestra mente cobra significado. Anhelamos alcanzar algo, obtener alguna cosa, o simplemente que nos entiendan. Se espera poder lograr una meta, un sueño o alguna ilusión que guarda nuestro corazón. Se está a la espera de que las cosas ocurran de una que otra manera, o que las personas que nos rodean actúen de una manera particular. De eso se tratan las expectativas, de llenar nuestra vida de posibilidades, las cuales están conformadas por lo que deseamos, esperamos, queremos y valoramos.
Las expectativas tienen su lado bueno, ya que usualmente son las creadoras de las ilusiones, y las ilusiones son las que mantienen nuestra mente enfocada en las metas que queremos alcanzar. Nos hacen movernos en dirección a ellas. Buscando siempre poder obtener lo imaginado. También, nos permiten soñar despiertos con aquello que queremos alcanzar. Además, las ilusiones nos hacen concentrarnos en lo positivo, en la esperanza, las posibilidades y la emoción de que llegará lo que se espera. Con las expectativas tenemos la capacidad ilimitada de ver el futuro según queremos y de moldear nuestro presente con la perspectiva de que se obtendrá lo deseado. Eso reconforta, motiva y brinda esperanza. Gracias a las expectativas, se puede imaginar y visualizar el qué (lo esperado), el cuándo (tiempo), el dónde (lugar), y hasta el quién (las personas involucradas).
Por otro lado, en ocasiones las expectativas nos causan dolor, incertidumbre, decepción y frustración. Esto se debe a que cuando no se alcanza lo que se esperaba, no siempre es fácil lidiar con el sentimiento de fracaso. Una expectativa incluye mucha ilusión, deseo, perseverancia, anhelo, fe y esperanza. Además, en ocasiones es mucho el tiempo que se pasa pensando en nuestra expectativa y dándole forma en nuestra mente y corazón. También, en ocasiones tenemos un tiempo para que esas expectativas se cumplan. En ocasiones, nuestras expectativas se dirigen a los demás, y duele el esperar algo de una persona y ver que el tiempo pasa y eso tan esperado no se recibe. “Creamos una expectativa sobre una situación o un comportamiento. Cuando esto no se cumple, nos provoca una decepción. La decepción puede ser tan grande que llega a provocar frustración... Y la frustración acaba en enojo. El enojo puede llevar al reclamo, cuestionamientos o peleas”. Ante esto, quizás lo peor de las expectativas es que no tenemos el control de lo que pasará, ni de las decisiones que tomen los demás, por lo que en ocasiones, por más que anhelemos algo, quizás eso no llega de la forma en que lo esperábamos.
La realidad es que todos tenemos expectativas. A corto y a largo plazo, ya sea de sucesos cotidianos, de nosotros mismos o sobre nuestras relaciones interpersonales. Esperamos algo de las personas que nos rodean, ya sea comportamiento, actitud, reacción, o acción. En nuestra vida vamos creando expectativas de muchas cosas. Por ejemplo, creamos expectativas respecto a los estudios, trabajo, familia, vecinos, amigos, pareja. Formamos expectativas de cómo deben ser las cosas, de cómo deben ser los demás, del amor, de cómo será la vida cuando se alcance esa meta, de cómo esperamos que sea la pareja perfecta y de las cosas que esperamos de él o ella (detalles, llamadas, muestras de afecto, palabras, etc.), de cómo se demuestra la amistad, cómo viviremos, nos casaremos, de cómo será nuestra familia, hijos, vecinos….
En fin, muchas son las expectativas que he tenido. Algunas de ellas, se han cumplido tal y cual las soñé, otras se cumplieron de manera diferente y otras no se cumplieron. En este momento tengo varias expectativas, y se que en el futuro tendré otras. Sin embargo, el tiempo me ha enseñado que los demás no son culpables por no cumplir con las expectativas que yo haya creado sobre ellos. Lo esperado, no siempre es lo que se obtiene, y eso hay que entenderlo. Mis expectativas son sólo mías y puede que la vida me regale la sorpresa de cumplir las mismas, pero si no, soy responsable de entender que la realidad de las cosas es como es y sobre eso no tenemos control.
Las expectativas tienen su lado bueno, ya que usualmente son las creadoras de las ilusiones, y las ilusiones son las que mantienen nuestra mente enfocada en las metas que queremos alcanzar. Nos hacen movernos en dirección a ellas. Buscando siempre poder obtener lo imaginado. También, nos permiten soñar despiertos con aquello que queremos alcanzar. Además, las ilusiones nos hacen concentrarnos en lo positivo, en la esperanza, las posibilidades y la emoción de que llegará lo que se espera. Con las expectativas tenemos la capacidad ilimitada de ver el futuro según queremos y de moldear nuestro presente con la perspectiva de que se obtendrá lo deseado. Eso reconforta, motiva y brinda esperanza. Gracias a las expectativas, se puede imaginar y visualizar el qué (lo esperado), el cuándo (tiempo), el dónde (lugar), y hasta el quién (las personas involucradas).
Por otro lado, en ocasiones las expectativas nos causan dolor, incertidumbre, decepción y frustración. Esto se debe a que cuando no se alcanza lo que se esperaba, no siempre es fácil lidiar con el sentimiento de fracaso. Una expectativa incluye mucha ilusión, deseo, perseverancia, anhelo, fe y esperanza. Además, en ocasiones es mucho el tiempo que se pasa pensando en nuestra expectativa y dándole forma en nuestra mente y corazón. También, en ocasiones tenemos un tiempo para que esas expectativas se cumplan. En ocasiones, nuestras expectativas se dirigen a los demás, y duele el esperar algo de una persona y ver que el tiempo pasa y eso tan esperado no se recibe. “Creamos una expectativa sobre una situación o un comportamiento. Cuando esto no se cumple, nos provoca una decepción. La decepción puede ser tan grande que llega a provocar frustración... Y la frustración acaba en enojo. El enojo puede llevar al reclamo, cuestionamientos o peleas”. Ante esto, quizás lo peor de las expectativas es que no tenemos el control de lo que pasará, ni de las decisiones que tomen los demás, por lo que en ocasiones, por más que anhelemos algo, quizás eso no llega de la forma en que lo esperábamos.
La realidad es que todos tenemos expectativas. A corto y a largo plazo, ya sea de sucesos cotidianos, de nosotros mismos o sobre nuestras relaciones interpersonales. Esperamos algo de las personas que nos rodean, ya sea comportamiento, actitud, reacción, o acción. En nuestra vida vamos creando expectativas de muchas cosas. Por ejemplo, creamos expectativas respecto a los estudios, trabajo, familia, vecinos, amigos, pareja. Formamos expectativas de cómo deben ser las cosas, de cómo deben ser los demás, del amor, de cómo será la vida cuando se alcance esa meta, de cómo esperamos que sea la pareja perfecta y de las cosas que esperamos de él o ella (detalles, llamadas, muestras de afecto, palabras, etc.), de cómo se demuestra la amistad, cómo viviremos, nos casaremos, de cómo será nuestra familia, hijos, vecinos….
En fin, muchas son las expectativas que he tenido. Algunas de ellas, se han cumplido tal y cual las soñé, otras se cumplieron de manera diferente y otras no se cumplieron. En este momento tengo varias expectativas, y se que en el futuro tendré otras. Sin embargo, el tiempo me ha enseñado que los demás no son culpables por no cumplir con las expectativas que yo haya creado sobre ellos. Lo esperado, no siempre es lo que se obtiene, y eso hay que entenderlo. Mis expectativas son sólo mías y puede que la vida me regale la sorpresa de cumplir las mismas, pero si no, soy responsable de entender que la realidad de las cosas es como es y sobre eso no tenemos control.