Las cosas cambian más rápido de lo que uno cree y lo peor es que nunca estamos preparados para ese cambio. Cosas trascendentales pasan en nuestra vida. Cuando menos lo esperamos todo toma un rumbo no esperado. A veces nos resentimos mucho de eso, ponemos una resistencia inminente a no querer que se vaya lo que una vez fue de nuestra propiedad, eso que teníamos bajo control, esas cosas que nos gustan de la manera en que están acomodadas y sin saber cómo se nos quitan, sustituyéndolas rápidamente por otras. La vida es cuestión de adaptarse, tenemos siempre que estar en un constante adapte en todo. Quizás si pudiéramos ampliar nuestra visión del por qué ocurren los cambios, los aceptaríamos mas fácilmente.
Los cambios no necesariamente implican cosas negativas. Quizás son una fuerza renovadora que implica dejar a un lado cosas que no nos estaban favoreciendo. Implican evolución, y más aún renovación. Por lo tanto son necesarios. Tal vez nos duele tanto que las cosas cambien porque teníamos demasiado apego a ellas. Es decir, la costumbre, el hábito a las cosas, hace que cuando estás se terminan o se van de nuestras vidas, nos sentimos en un estado de desconcierto porque inevitablemente tenemos que enfrentarnos a que ya paso, se acabo y tuvo su fin en nuestra vida.
Pero que tal si esas cosas que cambiaron, ya no nos convenían en nuestra vida. No nos hemos puesto a pensar que a veces nos aferramos a cosas que no necesariamente nos favorecen. Esto es un mundo dinámico, constantemente sometido al cambio, todo trasciende, nada es perpetuo. Pero la clave para entender esto esta encerrada dentro de atreverse, si atreverse a innovar a no ser constantemente protagonistas de las mismas historias, es decir, podemos enfrentarnos con una visión optimista a todo aquello que quiera hacer su entrada majestuosa en nuestra vida. Claro está, hay cambios que nos da mucho trabajo asimilarlos, pero todo pasa por una razón, y esas cosas que hoy quizás no entendemos su porque, si tienen explicación.